"Quédate en casa" es el slogan que ha difundido el ejecutivo nacional para frenar el contagio de una de las pandemias más devastadoras de nuestra era contemporánea, el COVID-19. Un toque de queda que ha afectado la economía de quienes dependen de la producción para poder vivir. En resumen, un atentado contra el bienestar tal y cual lo conocíamos y que es candidato a la activación de un plan de emergencia, como nunca habíamos visto, basado en subsidios que sanen la enfermedad del bolsillo.
En este encuadre, uno de los sectores más castigados es el turismo. Las temporadas vacacionales quedan aplazadas para cuando pase el confinamiento, se cancelan celebraciones programadas para la época estival y se tiene una desesperanzada visión de futuro porque disminuye el poder adquisitivo.
Entretanto, la rutina diaria es algo a lo que muchas personas le tienen fobia y, si encima, esas personas se ven obligadas a permanecer en sus hogares por una amenaza vírica, es algo aterrador. Por suerte, el enfoque mediático coloca a los médicos como héroes y difunde eslóganes de unidad nacional para salvar juntos el país.
Así pues, es lógico pensar que, entonces, ser solidarios signifique consumir producción interna que propicie el turismo rural y el comercio local, activadores de la economía a una escala sostenible donde ganemos lo que produzcamos y consumamos lo que se siembra en nuestra propia tierra, una tierra que desde hace tiempo no vemos o que aún no conocemos.
Podría ser una buena oportunidad para optimizar un presupuesto de ocio que en algunas ocasiones será reducido, pero, la menos, no inexistente y quedarse en casa realmente, apostando por fabricantes nacionales, categorías autóctonas o parajes a los que podamos llegar sin salir del país.
En definitiva, activar el turismo interno y el consumo local debería ser un acto de colaboración entre el cliente interno que apuesta por consumir productos del país y la empresa que confecciona una oferta atractiva.
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